Segunda competitiva

Si el juego que vemos en primera división nos parece cada vez menos atractivo para el espectador, el de Segunda roza el esperpento. Eso si, temporada tras temporada, la igualdad entre los veintidós competidores la dota de un interés y emoción de la que carece la élite del futbol español, rendido a la dictadura del Real Madrid y el Barça o, como refugio de los mortales, la afición local o nativa de cada uno de los dieciocho equipos restantes a título único.

Al cumplirse la décimo quinta jornada y con la excepción garante de la regla de los diez puntos de ventaja que el líder, Racing, mantiene sobre el segundo clasificado, cualquiera de los situados entre la séptima y décimo tercera plaza se encuentra a una sola victoria del play off. A su vez, entre el décimo cuarto y la zona de descenso, únicamente se interpone la finísima línea de dos empates. Estos datos imponen una competitividad de la cual está exenta la máxima categoría, abonada por la descarada manipulación del calendario, los horarios de los partidos, el desahogo de sus arbitrajes (VAR incluido), una Federación deshecha y una patronal, la LFP, en constante batalla por la salvaguarda de una economía prestada.

La presencia del Santander al frente de la tabla, seguidos del Real Oviedo, Sporting, Granada y Zaragoza, con la meritoria interferencia de este admirable Mirandés, no reviva la nostalgia de antiguos campeonatos. Algunos de estos equipos llevan años intentando rehacer los daños sufridos por la gestión de advenedizos de profesión, inconsecuentes con su desconocimiento,  caprichosos con sus decisiones y desconectados de las raíces de sus respectivos clubs, que los dejaron al borde de su desaparición como consecuencia de la distorsión de la esencia en beneficio del negocio. Experiencias y experimentos que deberían servir de espejo en el que no contemplarse.