Sin ignorar la realidad

Es curiosa la relación del RCD Mallorca SAD con las instituciones autonómicas. L’Ajuntament cede en todo para que Son Moix, de propiedad municipal con inquilino dentro por tropecientos años, termine en manos del club y si es posible sin compromisos con los copropietarios del Lluis Sitjar, a los que se van a quitar de encima por puro agotamiento, pero por el contrario deniega licencia para la construcción de una residencia para jugadores en Son Bibiloni en contra de la opinión del Consell Insular de Mallorca que ya había dado su visto bueno.

Lo que nadie explica y debería hacerlo, es que las circunstancias respecto al club no son las mismas. Una cosa era el Real Club Deportivo Mallorca a secas, sociedad deportiva «sin ánimo de lucro» y gobernada mediante un sistema asambleario del que salían sus directivos y otra muy distinta la sociedad anónima deportiva actual cuyos fines son lucrativos como los de cualquier otra y, por añadidura, lo único que tiene de mallorquina es el nombre. Suena duro y muy crudo decirlo así, pero esa es la realidad. Los dueños son americanos, no hay un solo isleño en su consejo de administración, ni siquiera en sus órganos de dirección ejecutiva. Vamos que, por mucho que lo sintamos y hasta creamos que es algo nuestro, nadie, autoridades incluidas, debe perder de vista que trata con una empresa privada que hoy reside en Palma y mañana podría hacerlo en cualquier otra parte.

Este no es el Mallorca de los Jaume Rosselló, Juan de Vidal, Gabriel Barceló, Miquel Contestí, Lorenzo Munar y un siempre esforzado número, mayor o menor en cantidad, de socios que ayudaron a construir el viejo estadio, colaboraron en sus reformas y ampliaciones y le sacaron de sus cenizas cuando salieron a subasta hasta los derechos federativos de sus futbolistas y Gesa y Telefónica tuvieron que cortar su suministro por falta de pago, o cuando hubo que registrar sus esqueléticas cuentas corrientes a nombre de particulares para evitar embargos. No, no lo es. Ahora se ha quedado en inversión de particulares de otro país sin más interés, absolutamente legal y lícito, que el de obtener beneficio económico. Y perdonen la sinceridad.

Que prefiramos que gane, nos entristezca que pierda y nos resistamos a enterrar las íntimas señas de identidad de cada uno, es otro cantar.